Entro en una calle y me encuentro de frente con un colega un tanto renqueante. Sin darme cuenta, me entran ganas de soltarle por la boca un acto de sinceridad del tipo tío, te veo pachucho. Pero el colega se me adelanta y me dice, como otros muchos últimamente, tío, te veo mejor que nunca, de complexión y de color de cara, incluso.
Entonces oigo una voz en mi interior que me dice Bruto, echa p'atrás. Olvídate de la sinceridad, que te la están poniendo a güevo y arrieritos somos...
Efectivamente, reculo, me recompongo y me dirijo a él con ganas de darle la mejor versión de mi mismo.
-Gracias, tío. Tú estás inconmensurable. Altius, citius, fortius, como se suele decir.
-¡Qué cabrón! Si me has visto que ando un poco renqueante.
Eso me pasa por no ser sincero. Sin embargo, no todo está perdido. Quizás pueda meter más la pata, y vuelvo a por la segunda taza.
-Pero con mucho estilo. Como el que siempre has tenido en realidad.
Menos mal que el colega estaba harto de sinceridad, de que la gente le preguntara por el problema en la pierna y quería relajarse un rato.
-Tío, si no fuera por estos ratos donde el postureo y la sinceridad se mezclan sin problemas, ¡qué sería de la civilización!
-Ya te digo, sinceridad y postureo mezclados. Alquimia pura para la buena vida...
Estuvimos en ese plan unos diez minutos de risas, bautizos y abrazos. Luego, él se fue a la piscifactoría a darse un baño, porque dice que hay menos gente, y yo me fui a la peluquería canina a que me arreglasen las chubarbas como al perro de san Bernardo, porque me viene muy bien para llevar la petaca.
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