jueves, 31 de octubre de 2013

A mayor gloria de Guillermo Gates

Me gusta ser la típica persona que tiene 72.000 millones de dólares, y no lo digo por ese constante señor, sí, señor que sigue al sencillo acto de abrir una puerta y aparecer, sino por el placer que dan esas tardes de martes en las que dudas si darte otra vuelta al mundo, o informatizar desde el paralelo 180 al 188, ambos incluidos, o poner los millones uno encima de otro hasta formar una torre bien alta, desde la que, dejadme que os diga, amigos, se obtiene algo maravilloso, mágico, ventajoso incluso, llamado perspectiva. Entonces, cómodamente instalado ahí arriba, saco el catalejo y empiezo a deambular tranquilamente por el panorama, hasta que de repente aparece claramente una clara señal de chollazo que llama poderosamente mi atención: ¡aquí, invertir aquí, ganancia segura! Casi sin desgana, desciendo de mi torre de marfil y me subo a mi jet privado dispuesto a hacer negocios con todo a mi favor.

-Señor, estamos a punto de aterrizar.
-¿Dónde estamos?
-En España.
-¿España? Bueno, vale, los negocios son así.

-Bienvenido a España, señor Gates.
-Vale, vale, ¿eras tú el que hace un rato hacías señales inequívocas de chollazo seguro aquí?
-Sí, señor, yo mismo.
-Estupendo, bueno, pues cuál es el chollo.
-Aquí está, el 6% de la empresa FCC, por un importe de 112 millones de euros.
-Para, para, para, vamos a ver, ¿no tenía FCC una importante exposición de activos tóxicos relacionados con el ladrillo?
-¡Quia! No hay de qué preocuparse, ya nos hemos deshecho de esa mierda, se lo hemos encasquetado al banco malo. Estamos limpios, y mire, señor Gates, estos son nuestros planes de negocio para el próximo año: autopistas en Qatar, autopistas en Brasil, hoteles en la Riviera Maya, acueductos en Segovia y el alicatado nuevo de los palacios del emir Abdullá Demás Detela Telita.
-Bien, bien, me gusta lo que oigo, sigue, sigue.
-Pues muy fácil, en cuanto comuniquemos que el señor Gates se ha comprado el 6% de FCC, las acciones subirán tanto que antes de acabar el día habrá recuperado la inversión y ganado otro tanto.
-Sí, ya veo la jugada. Oye, pues tenías razón, es un chollazo.
-España es así, señor Gates, un país de oportunidades para oportunistas.
-¿Cómo?
-No, nada, digo que es un país con sol, turistas, gente y cosas así. Vamos, que hay que ser un visionario como usted para encontrar chollos aquí.
-¡Buff! No sé, no sé. Bueno, tengo que irme. Me da la impresión de que en algún lugar del mundo necesitan que regale algunos ordenadores. Aunque no sé para qué, últimamente me llevan a aldeas en las que no tienen ni enchufes en las casas. Así poco puedo ayudar con mis ordenadores. En fin, me voy... por cierto, ¿cuándo vais a anunciar el negocio y cómo vais a endulzar la noticia?
-Probablemente, pasado mañana. Tenemos información de que el ministro de Hacienda va a dar una rueda de prensa en la que anunciará que no hace falta repintar la fachada del ministerio y que el dinero ahorrado se piensa invertir en cosas. Entonces, coincidiendo con esa noticia, nosotros daremos la nuestra. La bolsa enloquecerá en cuestión de segundos. Nos forramos seguro. Está todo pensado, quiero decir que están todos los actores untados. En cuanto al cómo, los principales tertulianos del país están al corriente de que algo va a pasar, y han sido persuadidos por mi propia mano para que presenten la cuestión, no como un chollo para usted, sino como un inmejorable síntoma de que la economía del país va cada vez mejor... ¡joder, que estamos saliendo!... ¿Señor Gates? ¿Señor Gates, está usted ahí?

Surcando el aire va ¿un pájaro?, ¿un avión? No, un pájaro en un avión, concretamente un cuervo en un jet privado.

jueves, 24 de octubre de 2013

Grandes momentos de la historia de España

Supongo que ya os habréis dado cuenta de que todo esto que viene a continuación sucede en algún momento del último cuarto del siglo XV, y en cuanto al personaje que está a punto de tomar la palabra, dejadme que os diga que se llama Bartolomé Sánchez Trujillo, lo más parecido a un economista que se podía encontrar en aquel tiempo.

-Alteza, todo el asunto de la lana de oveja merina se está llevando de manera calamitosa. Es necesario un cambio profundo. No se puede seguir exportando lana al precio de uno e importar telas manufacturadas al precio de diez, es absurdo. Mi humilde consejo es parar la exportación y desarrollar la manufactura del textil en el reino.
-Qué cachondo eres, Bartolomé, bien sabes que la corona recibe cuantiosos beneficios derivados de los impuestos a la exportación de la lana. Sin esos ingresos, la corona quedaría a merced de la ambición de los nobles, lo que me convertiría en un títere en sus manos.
-Entiendo, Alteza, pero el pueblo se resiente y la pobreza se extiende, pues son pocos los que se benefician de la exportación de la lana.
-Me estás diciendo que elija entre la prosperidad de la corona y la prosperidad del pueblo... Estás loco, Bartolomé. ¿Sabes lo que me costó ocupar la ciudad de Burgos cuando alzó pendones en favor de Juana y el portugués? Si ahora pusiera trabas a la exportación de la lana, Burgos, la ciudad más rica del reino y donde se concentra la mayoría de la lana antes de su traslado al puerto de Bilbao, podría costarme un levantamiento que podría ser aprovechado por portugueses y franceses, por no hablar de esa sierpe del marqués de Villena o el guainai del arzobispo Carrillo, para derrocarme. Es decir, un marronazo en toda regla, y total para qué. Las pocas manufacturas textiles que hay en el reino están en Segovia, cuyo nuevo alcalde es de mi total confianza. Así pues, Bartolomé, vete por donde has venido si no quieres pasar una buena temporada remándote el Mediterráneo como galeote.

Nada más salir Bartolomé, se presentó el recaudador mayor del reino.

-Alteza, aquí está la recaudación de la exportación de lana del último semestre.
-Gracias, gracias, me viene al pelo, porque quería encargar unas lombardas nuevas con su correspondiente munición para bombardear a gusto a esa chusma morisca de Granada, a ver si de una maldita vez se rinden y me puedo presentar ante el papa como lo que soy, esa peazo adalid de la cristiandad.


Bartolomé Sánchez Trujillo, instantes después de recibir el título de Bachiller en números.
A pesar de su temprana edad, ya se puede apreciar lo cetrino de su tez y el carácter afable y bondadoso
que le acompañará a lo largo de su vida.
(Foto cedida por el Museo de Cera de Trujillo).

jueves, 17 de octubre de 2013

Va siendo otoño

Me encantan los tomates. Me gustan tanto que me los como cuando están rojos, muy rojos o extremadamente rojos. Incluso, llego al paroxismo de comerlos también cuando han adquirido una tonalidad carmesí del todo. Pero, alabado sea el Señor, han llegado las primeras lluvias, y como suele decirse, se acabó lo que se daba. Ya no hace la temperatura adecuada para que maduren y, como pasa con el bañador o las transparencias, hasta el verano que viene no los volveré a degustar. Así de claro, se acabaron y punto.

Hay que reconocerlo: la naturaleza es más sabia que el más ignorante de los hombres, mujeres y niños que pueblan este planeta azul tirando a plástico, y en cada temporada produce los alimentos que mejor nos sientan. Ir en contra de la naturaleza, esto es, a favor de la sociedad de consumo, es ir contra la salud.

Sin embargo, no hay que preocuparse, pues la huerta siempre nos regala nuevos prodigios a los que entregarse a tope, sin la más mínima reticencia, casi con vicio, si se me permite la expresión.

Damas y caballeros ha llegado el momento de ponerse hasta las trancas de calabaza: calabaza para el desayuno, la comida, la merienda y la cena.

Adiós tomates asquerosos e insípidos, adiós invernaderos que tantos productos químicos abrasivos requieren, adiós al gazpacho en el que tanto me gusta bucear.

Ha llegado el otoño y, queramos o no, a nosotros también. Es hora de ser calabazas andantes que sudan puré aderezado de tomillo, romero, ajo, aceite de oliva en el que se ha dejado macerar albahaca fresca, sal de contrabando y algún que otro ingrediente del que ya hablaré.

Damas y caballeros ha llegado el momento de lucir la flor de otoño que todos llevamos dentro.


Regalos otoñales de la huerta

jueves, 10 de octubre de 2013

Prodigios de la huerta: la caléndula

Antes no plantaba caléndula, entre otras cosas porque no conocía su existencia, pero ahora está por toda la huerta. Nunca la riego, pero todo el año enseña su camisa anaranjada. No le dedico ni un segundo, pero todos los días, cuando bajo al huerto me pregunta por mi piel: ¿Oye, tío, todo bien por la epidermis?, y sí, todo bien.

La caléndula es una planta dura como la hoja de la espada del samurai, pues no necesita cuidados para que todo el año cuide de ti. Solo con una planta, tienes caléndula para toda la vida. Se reproduce sola, sin que tengas que recoger las semillas. Trasplantarla es facilísimo, ya que enseguida prende. Ni la helada, ni el calor pueden con ella, aunque sí es verdad que pierde exuberancia. Pero ahí está, como los amigos de la adolescencia antes de que la vorágine de la vida los separe.
Al principio no sabía qué hacer con ella, de hecho, no la arrancaba por ese punto romántico de tener todos los colores del mundo en la huerta. Poco a poco me fui enterando de que se podían comer los pétalos. Bien, dije, habrá que dejarla pues. Y un día leo que es enfermera-jefa dermatóloga, y claro, exclamo un sonoro ¡no jodas!, y me miro la piel deseando encontrar alguna herida o algo donde poder experimentar sus propiedades.
Uno de los puntazos de la vida en el pueblo es el tiempo libre que se tiene, la posibilidad de investigar cosas que en la ciudad nunca se me habrían ocurrido. Yo hice la carrera de Filología Hispánica y los libros de plantas como que no. Mi rollo era el Poema de Mío Cid, la poesía del 27 y demás clásicos, pero en el pueblo tienes que reinventarte a ti mismo, y en esa reinvención ya no hay lugar para los clásicos. Entonces los sacas de la estantería para venderlos en el mercado de segunda mano que hay en el pueblo de al lado, y su lugar lo ocupan libros de plantas, huertos, montes y potingues varios. Así fue cómo descubrí los tesoros que la caléndula posee, y cómo acabé rellenando la almohada con sus flores y decorando el buzón con sus pétalos, y sobre todo, cómo empecé a hacer jabones y cremas, al principio con cierto escepticismo y luego con verdadera pasión.
Primero empecé a probar las cremas y jabones con los colegas y la familia y, mira por dónde, a todos parecían gustarles. Eso me animó para hacerme un puesto ambulante y ponerme a vender por el pueblo. Un día apareció una pareja con un niño de unos diez meses. Con todo mi morro les ofrecí la crema de caléndula para los cuidados del bebé. La reacción de los padres, como no podía ser de otra manera, fue de rechazo. Un vendedor ambulante en una cuneta no parece de fiar. Para mi sorpresa, al cabo de media hora volvieron y me contaron la película: con el invierno tan húmedo, el niño tiene el culito escocido. "Hemos probado de todo pero el escozor sigue ahí". Los tranquilicé, les dije que la crema sólo llevaba aceite de oliva y caléndula de mi huerta, que si nada había aliviado al niño era simplemente porque la cosmética industrial utiliza refinados del petróleo y cantidades irrisorias de sustancias naturales. "De todas formas -dije-, llevárosla y no me la paguéis, vivo en el pueblo todo el año, este es mi teléfono". Me había olvidado ya de la movida, cuando sonó el teléfono. Alguien me estaba dando las gracias, la crema había funcionada, el escozor había desaparecido, quería más. Nunca he estado en la catedral de París, pero juro por Dios que en ese momento pude oír claramente el sonido del campanamen de la catedral llenando mis oídos. Por fin, algo había sucedido en mi vida de lo que sentirme verdaderamente orgulloso: había contribuido a curar el escozor del culito de un niño.
Podéis consultar las propiedades de la caléndula en cualquier manual. Básicamente son estas: ayuda a combatir eccemas, acnés, picaduras de insectos, úlceras, sabañones, heridas, quemaduras, etc. Y respecto a las pieles atópicas, quiero decir que nuestros jabones de caléndula están funcionando muy bien con niños que sufren esta plaga. Justo a la línea de flotación de la dermatitis atópica disparo con mi jabón de caléndula.
Tanto para los jabones como para las cremas, todo comienza bajando a la huerta. Luego se dejan macerar las flores en un tarro de cristal con aceite de oliva. Pasado un mes, se cuela y en la cocina se prepara la pócima. Es fácil, en realidad es un saber ancestral que durante cientos de años se ha transmitido de padres a hijos, pero claro, hoy la vida moderna no quiere saber nada del pasado, y así nos va.


Teo entre caléndulas
Jaboncito de caléndula

miércoles, 2 de octubre de 2013

Lana, lana, lana

Me gusta tejer. Me encanta imaginar patrones de prendas que nunca salen como las había ideado, pero que abrigan igualmente. Me gusta ver ovillos en un montón, con todos sus colores, y coger las agujas, y sentir el tacto de la lana al pasar entre mis dedos para convertirse en un gorro, unos guantes, un lo que sea. Pero quizás lo que más me gusta es el olor de la lana, ese olor a campo, a invierno, a jersey calentito. Aunque claro, para que huela así, la lana tiene que ser natural, sin mezclas sintéticas, sin procesos que le quiten su identidad y la conviertan en una fibra insulsa, anodina, sin vida.



Y ahí está el problema: que es muy difícil encontrar lana pura en las tiendas. Existen varias páginas web en las que se pueden comprar magníficas lanas vírgenes teñidas con tintes naturales, pero que proceden en su mayoría del Reino Unido. Y aquí, ¿es que no ha quedado nada de la tradición lanera que convirtió a España en uno de los principales proveedores mundiales de lana merina? 
Buscando, buscando, me topé con Laurentino de Cabo, uno de los últimos artesanos de la lana que quedan en Val de San Lorenzo. En este pequeño pueblo leonés llegó a haber 40 artesanos de la lana, de los que hoy solo quedan 4, y para los que no existe relevo generacional. Cuando Laurentino y sus compañeros artesanos abandonen el telar, los conocimientos adquiridos durante décadas y toda la cultura y la tradición generadas a partir de este oficio desaparecerán de Val de San Lorenzo. Quedará el Museo Textil, eso sí, con sus máquinas paradas y sus fardos de lana que nunca llegarán a convertirse en manta, porque un museo no deja de ser una exposición de piezas embalsamadas.
Aprovechando un viaje que estaba haciendo por la zona, me planté en el taller de Laurentino para comprar unas lanas con todo su olor a vida, pero no fue lo único que me traje de la visita. Laurentino es un hombre abierto y afable que contestó a todas mis preguntas de novata y me explicó con detalle el proceso para preparar la urdimbre antes de tejer una tela. También me enseñó la lana en rama, peinada, teñida, hilada... porque en su taller, Laurentino realiza todo el proceso que permite transformar un vellón de lana recién esquilada en un ovillo listo para tejer. 



Es importante conocer todos los pasos necesarios para conseguir un producto terminado, ya sea un ovillo de lana, o una manta, o un bolso, para así valorar el trabajo que implica. Si digo sin más que una manta pequeña de Laurentino cuesta 100 €, se podría pensar que es cara. Pero si se imagina el tiempo que ha tardado la lana en convertirse en esa manta, se llega a la conclusión de que el precio es más que justificado. Además esa manta seguramente nos durará toda la vida y nos servirá para extenderla en el suelo y sentarnos, para arroparnos, para protegernos de la lluvia...  


 

Laurentino me explicó que la lana es una fibra hueca, es decir, que si la mirásemos al microscopio la veríamos como un tubo hueco. Y esa cámara interior de aire es lo que convierte la lana en el mejor aislante térmico. Y si una vez tejida la tela, se abatana, las prendas que se confeccionen con esa tela ¡serán impermeables! Los pastores de Picos de Europa cambiaron durante algunos años las tradicionales mantas de lana por los chubasqueros, pero finalmente se dieron cuenta de que nada protege más de las inclemencias del tiempo y pesa menos que una manta de lana.





De esta productiva visita regresé a casa con un buen puñado de canillas de lana de maravillosos colores con las que a lo largo del invierno podré hacer guantes, gorros, bufandas... y todas esas cosas que me gusta imaginar, aunque luego nunca salgan como las había pensado.