lunes, 27 de febrero de 2017

Da gusto volar abrazado a una mariposa

Da gusto volar abrazado a una mariposa por la ladera de una montaña que rezuma cantueso. Parece frágil, pero se sabe todos los trucos para sortear con éxito los caprichos del aire.

¡Vaya! La mariposa ha visto a otra que le gusta más que yo y ha soltado lastre en un instante. Ahora estoy tirado en un zarzal. No importa. Pasa una mariquita y me invita a ser uno de sus pequeños puntos sobre las alas. Acepto encantado y nos vamos a comer pulgones. Ese lagarto tiene la lengua muy larga. Haríamos bien en salir volando de aquí.

Aterrizamos en una planta de tabaco en flor. Las abejas están poniéndose finas. Aparece un agricultor y aprovecho para encaramarme a su sombrero de paja para disfrutar de la perspectiva humana. Parece majete. Ha saludado una por una a las gallinas llamándolas por su nombre, y al burro le ha dado medio pudin de alfalfa casero que tenía una pinta estupenda.

¡Mira, se está abriendo uno de los huevos!
¡Cáspita, una de las gallinas viejas coge el camino del caldo!

Un petirrojo me llama y me voy con él de patrulla. Hemos ido a un madroño y después de cuatro picotazos a los frutos más rojos no podíamos ni mover las alas. Éramos presa fácil, pero allí todos íbamos a lo mismo y el buen rollo era general.

Me he despertado de noche. El petirrojo ya no está. Una luciérnaga viene hacia mí. Intento convencerla para que me cambie su luz por mi pañuelo de la suerte. "Candil, candilón, cuenta las veinte que las veinte son", me dice mientras se aleja haciendo un arco iris. 

lunes, 20 de febrero de 2017

El monte enseña a gobernarse a uno mismo


En el pueblo de Candelera, la economía tradicional estaba basada en las cabras autóctonas, conocidas artísticamente como cabra cadelerana bien hermosa. Si bien el pueblo vivía de las cabras, las cabras no eran un negocio, sino un medio de vida.

En aquel tiempo, la mercancía también podía ser moneda de cambio, y la vida era tan dura que los pastores podían comerse 21 días de lluvia seguidos, aunque tan pura que los millones de gotas caídas no habían oído hablar de Chernobyl.

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En el pueblo de  Candelera, la economía actual está basada en el capitalismo, conocido artísticamente como Paco, el que va a saco. Y si bien el pueblo ya no vive de las cabras, es porque las cabras no son un buen negocio, sino una manera de arruinarse la vida.

En estos tiempos, solo el dinero puede ser moneda de cambio, y la vida es tan dura que tirita a partir del día 21 de cada mes, y tan impura que la propia lluvia puede provocar acidez.
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Charlando por las calles con los candeleranos, el futuro es una cuestión de dinero. De esta manera, sería estupendo que el ayuntamiento arreglase el pueblo y lo pusiera bonito, para atraer un tipo de turismo que se deje la mayor cantidad de pasta y deje la mínima huella ecológica en el entorno. Aunque se conformarían con que dejaran la pasta y la huella.

Charlando por videoconferencia con un paisano candelerano que vive en Nueva York, el futuro es una cuestión de acometer una reforma política para acercar el poder a los vecinos. "De esta manera," dice "sería estupendo que los vecinos tuvieran voz y voto en las cuestiones de gobierno del pueblo".

Charlando por los montes de Candelera con un pastor, el futuro es cuestión de no perder el mechero con el que hacer la lumbre en el hogar. "Por lo demás," dice "vivir en el monte me ayuda a gobernarme a mí mismo".

lunes, 13 de febrero de 2017

Gloria eterna a las mulas


No se trata de regalar a las mulas 33.332 hectáreas a su nombre para que hagan tranquilamente su vida al natural, sino de que las mulas, con su esfuerzo tirando para nosotros, se las han ganado de sobra.

Tanto hemos tratado a las mulas como herramientas para aprovechar su fuerza de tiro, que se nos ha olvidado completamente la fuerza que proporciona su sola compañía.

En cualquier caso, quedan ya pocas mulas circulando por la Gran Vía madrileña. Y si me apuras, también por los montes de aquí alrededor. Así que, quizás sea un buen momento para recordar que mientras todas las mulas tienen cara de buena persona, la mayoría de las personas tenemos cara de acelga.

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Según cuentan numerosas cartas de soldados de todos los bandos implicados en la Primera Guerra Mundial, la compañía de una mula ayudaba a no volverse loco durante un bombardeo de artillería.

En alguna de esas cartas, incluso llaman a las mulas mi ángel.


Pinto y Catalina en su puesto de trabajo