En la puerta de la catedral de Notre Dame se estaba produciendo una situación de lo más rocambolesca.
-Lo siento, caballero, pero sin entrada no puede acceder a la catedral, decía un conserje,
-¡Pero, cómo! ¡Que soy el mismo Dios, joder!
-Pues que sepa que una catedralota cristiana como esta es muy cara de mantener. Aquí todo es luxury, lo mejor de lo mejor.
-Pero si yo nací en un pesebre, sin lujos.
-Ya te digo, por eso la Iglesia casi desaparece. Perdedores, ls llamaba la gente a tus más fervientes seguidores tan solo ciento y pico años después desde tu ascensión a los cielos. Los Popes tuvieron que arrimarse a la realeza para sobrevivir. En cuanto vieron qué bien les sentaba la púrpura, cuánto les distinguía del rebaño, tuvieron claro que ese era el camino a seguir. Sí, es cierto que naciste en un pesebre, pero aquí se te venera como el Señor de los cielos y eso, amigo, ya te digo yo que sale carísimo.
-Entonces, ¿no puedo entrar?
-Claro que puedes entrar, pero con entrada. Son solo cinco pavos.
En ese momento, se arremolinaron ciento y pico orientales con la entrada bien visible en la frente, y el conserje no tuvo más remedio que cortar por lo sano.
-Mira, hazme caso, tira piu palante en aquella dirección y en dos meses y medio caminando a buen paso llegarás a la provincia de Guadalajara. Seguro que allí encuentra una ermita visigoda donde no te van a poner pegas al entrar.
-Vale, tío, dijo Dios a modo de despedida, y se le quedó mirando como diciendo, imagínate este nota cuando le llegue el momento y lo encuentre llamando a las puertas del cielo con cinco pavos en la mano... Menos mal que no soy vengativo, con abrirle la puerta que da directamente al minotauro será suficiente. Y si lo consigue, pues que entre, y si no lo consigue, por lo menos se calmará un poco el bicho, porque últimamente está en plan guerrero total y no hay manera de acercase a él.