miércoles, 25 de julio de 2018
Trabajo temporal en una biblioteca de un pueblo de verano
Trabajo en la biblioteca de un pequeño pueblo situada, para más señas, enfrente de un bar. Y la experiencia adquirida durante el último mes me permite afirmar rotundamente que tiene más éxito de crítica y de público el bar que la biblioteca.
Lejos de guardarme semejante descubrimiento para mí, decidí comentarle al alcalde la idea de instalar parte de la biblioteca en el bar, para arrimar los libros a los botellines y los botellines a los libros, con tan buena suerte que dijo que sí a todo con la misma naturalidad con la que se olvidó de prestarme el apoyo logístico necesario para la operación.
Pero yo no me di por vencido. Agotada la vía institucional, no tenía más remedio que pasar a la acción directa. El plan era sencillo: ponerme en la puerta y jalear de viva voz las bondades de la biblioteca. Pero los pocos que pasaban eran octogenarios, parroquianos o turistas con toallas en busca de la piscina natural.
Tenía que aceptar la realidad. El plan había sido un fracaso y mi rendimiento en el trabajo se resintió muchísimo. Prácticamente, me limitaba a dormitar y me di al hurto de bolsas de basura y rollos de papel higiénico. Incluso llegué a desenroscar la fregona del palo de la misma, que estaba nueva, y darle el cambiazo por la de mi casa, que estaba de aquella manera.
Sin embargo, para mi sorpresa, una semana después me volvieron las ganas de trabajar por la cultura. El nuevo plan también era sencillo: utilizar toda la artillería de versos que me brindaban los libros de poesía y dispararla directamente al pecho de los transeúntes. Sin prisas, elaboré un cartel de tamaño adecuado y escribí de mi puño y letra el famoso poema que dice claramente que nadie, ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas. Y a continuación me senté a esperar la reacción.
Desde entonces, la realidad no ha cambiado un miniápice y el bar sigue siendo más frecuentado que la biblioteca. Pero ya no me importa, porque resulta que desde que puse el cartel a un par de personas se les ha despertado un súbito amor por la poesía, que han acabado por extender a mi persona, dándome una nueva perspectiva de la vida cuando la miras desde el punto G. Y la verdad, mola. Mola comprobar que si cuidas de los libros, los libros cuidan de ti.
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