lunes, 18 de agosto de 2025

El cuento del tercer lechero

 

El primer lechero llegó al pueblo cargado de cántaras de leche llenas de aire, hasta que le agarraron entre unos cuantos y ladera abajo, dentro de una cápsula de aire, bajó rodando hasta el río.

El segundo lechero vino más modosito. Las cántaras de leche que traía estaban llenas de leche. Sin embargo, la situación seguía teniendo mucho danger.

-Pssh, lechero.

-Sí, caballero, ¿qué desea?

-Oye, mira, no me podrías vender a mí la leche que le vendes al vecino. Aunque sea me cobras un poco más.

-No, señor, yo no hago esas cosas. Además, ¿no le parece mejor hablarlo con el vecino y llegar a un acuerdo?

Y entre ese y el vecino, igualmente, el lechero acabó rodando hacia el río.

El tercer lechero se lo pensó mucho antes de aparecer por el pueblo. Sabía que no podía vender cántaras de aire, y también sabía que no podía pedirles a los vecinos que se entendieran entre ellos, porque desconocía la verdadera naturaleza de sus relaciones.

Ahí estaba dándole vueltas al asunto, cuando recordó que lo mejor siempre era hablarle a la gente desde el corazón. Así pues, cargó las cántaras de leche en el carro y se dirigió al pueblo. Nada más llegar, reunió a todos los vecinos y les dijo:

- A ver, cabrones, las cosas claras. Yo hago lo que me dicen las cabras y vosotros hacéis lo que os diga yo. Así todos tenemos leche. Entonces, vamos a ir haciendo una fila tranquilita para que yo pueda echar a cada brazo, su cazo, al módico precio de 0,95 centavos. Y el que quiera ir a maquila, también me vale, ando canino de magdalenas, mermeladas y buñuelos varios.

Una hora después, el pueblo despedía al lechero con una gran sonrisa, y este devolvía el saludo con la satisfacción en la cara del deber cumplido. Sin embargo, a 10 kilómetros del pueblo, al llegar al puente de la aduana, la sonrisa se le borró de golpe. La tarifa había subido a tres pavos, y por mucho que el lechero intentó pagarlos en horas de trabajo para el mantenimiento de la infraestructura, tenía que soltar la pasta o dormir tres días en el calabozo, y tres pavos soltó.

Todavía le quedaba un buen rato para llegar a casa. Por el camino, el lechero pensaba cómo podía atender a las cabras sin atosigarlas, y también cómo podía aguantar la tentación de hacerse con una clientela selecta que le comprara toda la leche del tirón para ahorrarse tiempo y molestias, pero cuando llegaba el puente, sí o sí, se le llevaba la corriente.

-¡No se puede con todo! Exclamó el lechero.

Entonces, recordó que entre las cántaras debía haber una bota de vino para las ocasiones y... Cuando llegó a casa, se cayó del carro lo mejor que pudo y, sin más sobresaltos, se fue trastabillando con todo lo que no le salía al paso, hasta llegar a la cama.

-¡Vaya tela! -exclamaron las cabras. Pues nada, ya que nos la ponen votando...

Las cabras se subieron al carro, se pusieron un babero para no mancharse las chubarbas y de las torrijitas al orujo no dejaron ni una.

A la mañana siguiente, cuando el lechero vio el percal no se puso nervioso. Sabía que había que aceptarlo porque con las cabras no se podía razonar. Así pues, se llenó de paciencia, cogió la manguera y las enchufó el tiro de agua para que se desperezan por la vía rápida. Cuando todas estuvieron algo más rehechas, las reunió y les dijo:

-A ver, cabronas, de la leche pallá, lo que queráis. Pero de la leche paestelao, es asunto mío. Y la que quiera cositas ricas, que se venga a lidiar con los del puente y los del pueblo. ¡¿Estamos?!

Y las cabras empezaron a hacer su vida de cabra y el cabrero abrió un cajón secreto que tenía en el carro, cerrado con una cadena, donde tenía escondidas las torrijas de leche, canela, y tiramisú y se metió en la casa a comérselas tranquilamente, mientras se tomaba un café bien cargado antes del volver al lío.





No hay comentarios:

Publicar un comentario