Le digo a la vecina que su gato viene a mi huerta y lo remueve todo. Le gusta hacer allí el tipo de fechorías que a ella no le gustaría que el gato hiciera en la suya.
La vecina me responde dándome las gracias por ser tan buen vecino y soportarlo con paciencia en aras de la buena vecindad. Y, seguidamente, sigue con lo suyo.
Entonces, no me queda otra que tratar el asunto directamente con el gato por las buenas
-Mira, gato -le digo-, de la linde p'allá, lo que quieras; de la linda p'acá, ni mijita.
-Mira, pollo -me responde el gato-, para mí la tierra es toda una. Yo no entiendo de lindes.
Desde que tuvimos esta conversación, la verdad es que todo va mejor. Yo he entendido el punto de vista del gato y le dejo en paz que haga sus quehaceres y, de vez en cuando, le dejo comida en un rincón para que veo que hay buen rollo y, de cuando en vez, se la embadurno en vino, por echar unas risas mientras va dando tumbos.
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