lunes, 3 de abril de 2017

El perro


Un hombre bueno, todo hay que decirlo, circula alegremente por una carretera comarcal de la sierra de Alcapón montado en un todoterreno de a 15 litros por cada 100 km por estas tierras, cuando, de repente, ve un cachorro de perro con toda la pinta de abandonado.

El hombre, todo emotividad, para y recoge el perro. Después de dos maravillosos minutos de caricias y lametonchúis mutuos, surge de manera contundente la pregunta de qué hacer con el perro, porque mañana se vuelve a Madrid y no se lo puede quedar.

Nuestro buen samaritano se siente tan abandonado como el perro. ¿Cómo puede ser que nuestra mierda de sociedad no tenga un lugar donde dejar a los animales abandonados para que puedan llevar una vida plena?

Poco a poco va volviendo a la realidad: soy Fulanito de Tal, hijo de mi madre, friso los 58 y mi fragancia favorita es la de jazmín. Recuerda incluso que hoy es sábado por la mañana y que la gente del Mercado de la Tierra estará en la plaza. ¡Estoy salvado! Seguro que allí saben qué hacer con el perro, vamos que me lo quitan de las manos, piensa.

Además de otras trescientas mil cosas en la vida, vender en la calle es duro. Por si fuera poco, esta región es un mundo aparte. Un mundo donde las circunstancias mandan y las convicciones no se quieren ni para lucirse en oratoria. Pero como también forma parte de este planeta, la publicidad ha seducido a los habitantes de la zona y el consumismo atroz se ha convertido en el modus vivendi habitual, marginando la artesanía o la venta directa de productos en la calle.

En este ambiente duro y hostil, el hortelano que vende sus verduras en el mercado mira la plaza prácticamente vacía y piensa que los productos de la huerta se le van a echar a perder. El panadero piensa en la leña, la harina, el horno, la levadura madre que acarrea desde hace cinco años por toda la península Ibérica y parte de Baleares, y que el pan se le va a echar a perder. El de la cosmética natural lee un artículo en el periódico. Por lo visto, un australiano hace mantillo enriquecido con guano de murciélago que vende a precio de oro y piensa, mañana mismo me compro el traje de Batman y así aprovecho mis propios insumos.

Cada uno está en sus cosas y apenas se dan cuenta de que un todoterreno ha aparcado en la entrada de la plaza. El buen hombre baja del coche y se dirige a los puestos del mercado. Camina algo encorvado, parece un cachorro de perro con pinta de abandonado. Casi sin dar los buenos días, les cuenta la película:
-Por favor, es que me he encontrado un perro abandonado y no puedo quedármelo porque mañana me tengo que ir a Madrid. ¿Alguno de vosotros se podría hacer cargo de él?
-Imposible -responde uno-. Yo vivo en un piso de 62 metros cuadrados rodeado por todos los lados.
-Imposible -añade otro-. Yo tengo dos y ya no quiero más. Estoy harto.
-¡Al loro! -exclama un tercero-, yo recogí un perro, lo llevé a una perrera y allí no había perros. Me dio tan mal rollo cuando lo dejé que no vuelvo a recoger un perro nunca más. De todas formas, llama a la policía municipal a ver qué te dicen.

Media hora después aparece la policía municipal. Sacan una jaula de perro del coche, meten un jaula con perro en el coche y se piran. Nuestro hombre dice adiós con la mano. Parece más estirado, todo sentimiento en cualquier caso. Yes, we can, piensa.

Los municipales dejan la jaula con el perro en un patio del ayuntamiento. Le ponen un poco de agua y un montón de galletas para perro de marca blanca para que pase el fin de semana. El lunes llamarían a Julio, un agente forestal que, en la medida de sus posibilidades, se hace cargo de los animales abandonados. Y así fue, llamaron a Julio para que se quedara con el perro, pero Julio dijo que no podía, que estaba a tope, que hacía meses que le habían prometido ayuda desde la mancomunidad de municipios, pero nada. 
-Bueno, tráemelo, ¡qué le vamos a hacer! -dijo a última hora.

Quedaron a las seis de la tarde para hacer el change del cachorro.
-Es que es una putada -se quejaba Julio-. No tengo sitio, no puedo más. Necesito ayuda.
-Nosotros te creemos Julio, de verdad -dijo el munipa bueno.
El compañero regular fue a por la jaula con perro y se la dio a Julio.
-¡Ah, joder! Es un cachorro de mastín. Este enseguida encuentra dueño.
-Claro que sí, Julio, eres un campeón. Hasta luego.
Y se fueron. El regular conducía, mientras el bueno rellenaba un formulario para ir adelantando trabajo.

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