jueves, 7 de abril de 2022

El cuento del tsunamicán y los tres cerditos

 

El cuento del tsunamicán y los tres cerditos va de tres cerditos que tienen que afrontar un tsunamicán de estilo siglo XXI.

Luisito, el tercer cerdito, se dedicaba a la especulación búrsatil. Con los fabulosos beneficios que ganaba, se había comprado una casa hecha de hormigón armado en la que se sentía seguro, por lo que decidió quedarse en ella para pasar el tsunamicán. Pero cuando aquello soltó del tirón los cuatro jinetes del apocalipsis, estos tumbaron la casa como si estuviera hecha de piezas del Exin castillo, y el bueno de Luisito tuvo que salir corriendo a refugiarse en la casa de Paquito, el segundo cerdito.

Paquito trabajaba de funcionario, y con el dinero de la nómina mensual se había comprado un bonito adosado al ladrillo y el ecocemento en una urbanización de clase media con ínfulas. Estaba acostumbrado a hacer lo que le mandaban, y eso hizo cuando sus jefes le dijeron que se quedara en casa porque, en realidad, solo se trataba de un tormenta un poco turbulenta. Pero cuando aquella tremenda fuerza de la naturaleza se vino contra el adosado, se lo llevó por delante como si fuera de piezas del mencionado juego, y tanto Luisito como el buen Paquito tuvieron que salir corriendo a refugiarse en casa de Carlitos, el primero de los tres cerditos.

Carlitos pasaba la mayor parte del tiempo tallándose el alma mientras tallaba con el alma figuritas de madera. Vivía en una sencilla choza de juncos sabiamente trenzados que parecía poca cosa, pero cuando aquello empezó a llover a mares, resultó que flotaba, y cuando aquello empezó a soplar con fuerza, resultó que se doblaba pero no se partía, y cuando aquello empezó a temblar, resultó que estaba levantada sobre una lancha de piedra granítica de las que ponen orden entre placas teutónicas cuando se desmadran, y nadie tuvo que salir corriendo a ningún sitio, porque ya estaban en el sitio.

Cuando el tsuna acabó, Luisito y Paquito se deshicieron en elogios y agradecimientos con Carlitos. Sin duda, algo debieron aprender de esta historia porque, desde entonces, viven felices en la choza de juncos trenzados que han ampliado con más juncos trenzados para separar ciertos ambientes. Y Luisito se dedica a esculpir una esfinge en un saliente de nueva formación, y Paquito anda entretenido embadurnándose las manitas con pigmentos de cosecha propia para plantificarlas después en las paredes de grutas que antes tampoco existían.

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