Contaré la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, a pesar de que la tremenda resaca que sufro en estos momentos pueda distorsionar algo los hechos.
Era domingo por la mañana y yo estaba medio dormido, como quien trabaja de cuidador temporal de una exposición de arte moderno en un pueblo pequeño del interior de la península Ibérica, cuando apareció una persona de unos 48 años, vestida con el uniforme del Atlético de Madrid.
-Qué pasa, macho, así que esta es la nueva exposición.
-Efectivamente, la inauguramos el sábado pasado.
-Vaya, vaya... Por cierto, ¿no eres tú el que hace las cremas de caléndula?
-Sí, el mismo -respondí yo, a la expectativa de lo que pudiera salir por aquella boquita.
-Pues, tío, mano de santo. Tenía un brote de psoriasis en el codo y me lo ha curado totalmente.
-¡No jodas! ¿En serio? -exclamé desde el séptimo cielo.
-Totalmente. Mira, he estado en el hospital Ramón y Cajal y he probado de todo: semen de ballena, baba de caracol, barro del mar Muerto, espumarajos del mar Menor y nada de nada. Lo único que me ha hecho efecto ha sido tu crema.
-Qué alegría me das. Tengo más si quieres -dije rápidamente, antes de que pasara el momento álgido.
-Nada, ya no necesito nada. Estoy curado, completamente.
-Ya veo.
-Pero no te preocupes, que se la recomiendo a todo el mundo. Ya te digo que esa crema es muy buena -aseguró besando el escudo.
Luego empezó a hablar de todo un poco, dispuesto a dar lo mejor de sí mismo. Que si los políticos, que si el pueblo estaba muerto, que vaya cuadro más feo ese de la esquina... Incluso se atrevió con el Brexit y sentenció que los ingleses la habían cagado. Por supuesto, yo le decía que sí a todo, esperando poder volver a sacar el tema de las cremas. Quizás tener un botecito pequeño en casa le vendría bien por si volvía el brote de psoriasis, pero no hubo manera. Nada, estaba curado y punto.
En fin, ¡qué se le va a hacer! Cuando terminó la visita se fue y nos dijimos hasta luego cara huevo con la mano. De todas formas, me había alegrado el día saber que había ayudado a alguien con muy poco capitalismo de por medio. Lo justo para ir tirando. Pero también me había dejado una sensación amargaloide. El sistema nos tenía cogidos fuertemente desde los ovariopelotas hasta la bucofaringe y no había manera de soltarse. Las cremas estaban dando buen resultado y aun así, estaban condenadas a la clandestinidad. Sin embargo, otros remedios que no habían servido de nada contaban con todo el apoyo oficial por que sí, es decir, porque hecho el negocio, hecha la ley, y hecha la ley, hecha la jail, cuyos muros siguen fielmente el lema del movimiento olímpico: Altius, citius, fortius.
Cuando acabé la jornada, no tuve más remedio que visitar los alambiques clandestinos que funcionan por los bajini en el pueblo. Necesitaba ensuciarme el hígado para limpiar la mente antes de llegar a casa, que resultó ser la del vecino. Por suerte, ya me conoce y me deja dormir en la manta que tiene para el perro sin pedir nada a cambio.
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