Está demostrado que los cuernos de rinoceronte no tienen ningún poder vigorizante para el género humano, y que por mucha sobredosis que te metas nunca podrás alcanzar el planeta Satúrpiter impulsándote con tus propias manos. Aún así, la demanda sigue creciendo y se llegan a pagar 58.000 euros por kilo.
Lógicamente, cada vez quedan menos rinocerontes, y la posibilidad de que el lunes que viene desaparezcan es tan real como que el domingo por la tarde ya no quede ninguno. En cualquier caso, ¿alguna solución habrá?
Y claro que la hay, cualquier rinoceronte la sabe.
Pero, en realidad, el problema no es que los rinocerontes desaparezcan como especie, sino que desaparezcan como fuente de ingresos. Y la solución humana consiste en llevar a la práctica el concepto de desarrollo sostenible. Es decir, granjas de rinocerontes donde no les falte pienso, tengan la supervisión de veterinarios y operarios y, a su debido tiempo y cumpliendo las máximas garantías sanitarias, se proceda a seccionarle el cuerno por el lugar adecuado para que vuelva a crecer. Además, estas granjas crean empleo en la zona y ayudan a reducir el furtivismo.
Los rinocerontes no lo saben, pero, una vez que se pone en marcha, el desarrollo sostenible resulta imparable. Lo último que he oído sobre el tema es que ya hay laboratorios que están investigando para conseguir una inyección que le dé marcha a la hormona de crecimiento del cuerno, con el objetivo de multiplicar el beneficio económico por animal.
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