miércoles, 12 de junio de 2013

Aspectillos de la democracia en un ambiente rural

El padre era un hombre optimista por naturaleza, todo un emprendedor. O quizás no, quizás solamente, por herencia, era una de las personas más ricas del pueblo y bastaba una palabra suya para que Lázaro, Fulano o el buen Mengano, se levantaran y andaran hacia él.
La hija, por supuesto, estudió en la Universidad Pontificia más cercana.
El tiempo murió y el padre pasó. La pequeña hermandad de hombres optimistas a la que pertenecía el padre se convirtió en partido político, acogiendo en su seno a la hija de tan buen grado que la hicieron debutar como candidata a la alcaldía en las siguientes elecciones.
Así pues, llegado el momento, con la cara lavada y recién planchada, se dispuso a prometer lo que todo el mundo quería oír, y a continuación, con absoluta naturalidad se enfundó la mayoría absoluta que le había tocado dispuesta a coser y cantar durante los siguientes cuatro años de legislatura.
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El padre era un hombre pesimista por naturaleza, todo un carne de cañón. O quizás no, quizás solamente, por herencia, era de las personas más pobres del pueblo y respondía al nombre de Lázaro, Fulano o Mengano.
La hija estudió mientras pudo, hasta que lo tuvo que dejar para ayudar en casa.
El tiempo murió y el padre pasó, y la vecindad de hombres pesimistas a la que pertenecía el padre se convirtió en masa de gente dirigida sibilinamente hacia el consumo de todo tipo de vanidades, acogiendo en su seno, de tan buen grado, que pronto le salieron varias antenas parabólicas.
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Un día, cuarenta y ocho horas antes de las elecciones una y otra se cruzaron por la calle.
-Te cambio el voto por seis meses de trabajo en el Ayuntamiento, ya veremos de qué -dijo la candidata a alcaldesa.
-Que sean ocho meses que me faltan para cobrar el paro -contestó la otra.
-De acuerdo, cuenta con ocho meses.
-Vale, cuenta con mi voto.

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