Galimatías es un buen hombre,
un trabajador nato
que siempre ha luchado por sacar a su familia adelante.
Ahora en la vejez,
entre ahorros y jubilación ha juntado un buen pellizco.
El otro día recibió en su casa
a un vendedor de enciclopedias,
al que despachó en cinco minutos.
Total, pensó, para qué quiero yo
un compendio del saber universal.
Dos días después recibió a un ejecutivo
de maletín y corbata que decía hablar
en nombre de la caja de ahorros regional,
y antes de que la baba hubiera llegado al suelo,
ya había comprado acciones a un precio excepcional.
Total, pensó, al menos cuando me muera
algo de valor podré dejarle a los hijos y nietos.
Galimatías es un buen hombre
que ha hecho un claro ejercicio de reduccionismo:
tanto tienes tanto vales,
que los tahures profesionales
saben tan bien aprovechar.
Galimatías se llevó un chasco enorme,
cuando el otro día vio en las noticias el chanchullo
que habían montado en la caja de ahorros regional
con el asunto de las acciones.
Quizás, si hubiese comprado la enciclopedia
habría podido leer algo
sobre las distintas modalidades del timo de la estampita,
y con el hijo y el nieto a su vera,
en una tarde tranquila,
hablarles de los tejemanejes de este mundo mundano.
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